"Morí por la belleza -pero apenas
a la tumba acostumbrada
alguien que murió por la verdad
en la estancia contigua fue depositado-
Dulcemente preguntó la causa de mi muerte,
- la belleza - respondí-
-Yo la verdad, las dos son una
contestó: tú y yo somos hermanos-.
Y como hermanos, reunidos en la noche
hablamos de una estancia a otra
hasta que el musgo nos llegó a los labios
y cubrió nuestros dos nombres"
Emily Dickinson
"¡Oh! ¡Qué trastorno ha padecido esa alma generosa! La penetración del cortesano, la lengua del sabio, la espada del guerrero, la esperanza y delicias del estado, el espejo de la cultura, el modelo de la gentileza, que estudian los más advertidos: todo, todo se ha aniquilado. Y yo, la más desconsolada e infeliz de las mujeres, que gusté algún día la miel de sus promesas suaves, veo ahora aquel noble y sublime entendimiento desacordado, como la campana sonora que se hiende. Aquella incomparable presencia, aquel semblante de florida juventud alterado con el frenesí. ¡Oh! ¡Cuánta, cuánta es mi desdicha, de haber visto lo que vi, para ver ahora lo que veo!"
Ofelia, Acto III, Escena V.

Siempre hay mayor claridad en los finales.
Ofelia siente las palabras en el cuerpo y aunque no la ve, le consta la herida. Es un arañazo profundo propio de la precisión de la palabra. El peso la estremece, y sin embargo el corte tiene la textura ligera de la espuma.
Ofelia es la fantasía de lo ideal. Delicada, bella, frágil. Las palabras crueles la golpean, desgarrándola. Plagada de grietas intenta sostenerse, rearmarse. Pero en su colapso con lo real no queda otro desenlace que la ruptura.
Es la pérdida de la inocencia de las sensaciones primeras. La destrucción de su amor es la suya, no hay opciones. Ofelia no toma el amor por Hamlet, porque allí habría una elección: tomarlo o no, estar o alejarse. El amor le atraviesa los sentidos, no puede soltarse.
El encuentro con lo real, con lo real corrompido, es la muerte del sentido. Solitaria y sensible, anda como perdida en otro plano, inundado de belleza. Su mundo se estructura ahora de otra manera, está constituido por una materia aún más débil, como un manto etéreo, translúcido. Las palabras son tan ligeras que se vuelven canciones. Y entre las flores aparece claro un mensaje: no hay otra verdad que la belleza. Ni en el amor, ni en la muerte, ni en la locura.
a la tumba acostumbrada
alguien que murió por la verdad
en la estancia contigua fue depositado-
Dulcemente preguntó la causa de mi muerte,
- la belleza - respondí-
-Yo la verdad, las dos son una
contestó: tú y yo somos hermanos-.
Y como hermanos, reunidos en la noche
hablamos de una estancia a otra
hasta que el musgo nos llegó a los labios
y cubrió nuestros dos nombres"
Emily Dickinson
"¡Oh! ¡Qué trastorno ha padecido esa alma generosa! La penetración del cortesano, la lengua del sabio, la espada del guerrero, la esperanza y delicias del estado, el espejo de la cultura, el modelo de la gentileza, que estudian los más advertidos: todo, todo se ha aniquilado. Y yo, la más desconsolada e infeliz de las mujeres, que gusté algún día la miel de sus promesas suaves, veo ahora aquel noble y sublime entendimiento desacordado, como la campana sonora que se hiende. Aquella incomparable presencia, aquel semblante de florida juventud alterado con el frenesí. ¡Oh! ¡Cuánta, cuánta es mi desdicha, de haber visto lo que vi, para ver ahora lo que veo!"
Ofelia, Acto III, Escena V.

Siempre hay mayor claridad en los finales.
Ofelia siente las palabras en el cuerpo y aunque no la ve, le consta la herida. Es un arañazo profundo propio de la precisión de la palabra. El peso la estremece, y sin embargo el corte tiene la textura ligera de la espuma.
Ofelia es la fantasía de lo ideal. Delicada, bella, frágil. Las palabras crueles la golpean, desgarrándola. Plagada de grietas intenta sostenerse, rearmarse. Pero en su colapso con lo real no queda otro desenlace que la ruptura.
Es la pérdida de la inocencia de las sensaciones primeras. La destrucción de su amor es la suya, no hay opciones. Ofelia no toma el amor por Hamlet, porque allí habría una elección: tomarlo o no, estar o alejarse. El amor le atraviesa los sentidos, no puede soltarse.
El encuentro con lo real, con lo real corrompido, es la muerte del sentido. Solitaria y sensible, anda como perdida en otro plano, inundado de belleza. Su mundo se estructura ahora de otra manera, está constituido por una materia aún más débil, como un manto etéreo, translúcido. Las palabras son tan ligeras que se vuelven canciones. Y entre las flores aparece claro un mensaje: no hay otra verdad que la belleza. Ni en el amor, ni en la muerte, ni en la locura.