
Me permite asegurar la experiencia, que es posible estar al lado de otro y, no obstante, estar separado por murallas insalvables, estar completamente sólo. Es tentador dejarse envolver por el ambiente subyugante de la soledad, en una atmósfera de quietud y comodidad, insertos pero a la vez apartados del mundo. Atreverse de nuevo a jugar, ateniéndonos a las reglas del juego invita a un riego. Animarse a escribir nuevas reglas del juego, implica un riesgo garantizado.
Porque bien podríamos matar esa profunda y tácita nostalgia, aceptar que no hay vuelta atrás para ese que fuimos, que todo dentro nuestro se transforma y que hay una línea que se cruza de la que no hay retorno. Pero parece una lucha condenada al fracaso.
Es que la idea del amor es seductora y nos persigue. Sumirse en el atractivo de esta ficción vivida como realidad se comparte de a dos y con tambaleante convicción. Creemos que lo conocemos, que lo comprendemos, que su dolor es el nuestro. Es que ese ardor que nos rasguña y nos hiere también nos hace sentir ilusoriamente completos. Finalmente elegimos el peso del cuerpo del otro. Es que esa carga nos salva del desasosiego de los días, y de las noches en vela.